Dr. Félix Martí Ibáñez
Estudios, n°160, enero de 1937, 11-12.
La reforma eugénica revolucionaria inicia sus tareas al incorporar en un Decreto trascendental la interrupción artificial del embarazo, a los dominios de la Medicina científica.
Recuerdo que en un reciente Congreso extranjero de médicos naturalistas, se colocó en el estrado presidencial del mismo un busto de Goethe. Y al pie de la testa marmórea, con sus ojos de halcón y perfil de camaíeo, escrita aquella invocación del Faust: «¿Por dónde penetrar en ti, oh infinita Naturaleza?»
Aquellas palabras, simbolizan la actitud mental del investigador situado ante el aluvión de hechos que reclaman su atención, y, no sabiendo por dónde comenzar la búsqueda de la clave biológica de los mismos, tal y como buscador de oro que ante un rico filón del preciado metal no supiera por dónde principar a clavar su pala en el dorado corazón de la tierra aurífera.
Y a nosotros, situados ante la magna cantera de posibilidades de la reforma eugénica, nos invadía una cierta turbación, pensando en cuálsería el lugar más acertado para abrir la brecha de luz en los negros sótanos de la vida sexual española.
Y como toda reforma eugénica debe situar en el punto axial de la misma a la madre y al niño, por ahí comenzamos, estableciendo en el citado Decreto la libertad de practicar el aborto, sea cual fuere la causa que lo motive, borrando así de golpe el curanderismo asesino y dotando al proletariado de un modo científico y eficaz de controlar su natalidad, sin temor a los riesgos que ello pudiera reportarle.
Tiempo hacía que países como ia República federal suiza habían incorporado a su legislación (en 1916), tras enconadas luchas, la autorización para verificar el aborto, siempre que lo fuera por médico titular, con el consentimiento de la embarazada y por causas terapéuticas o morales.
Checoeslovaquia dio un paso más allá en 1925, autorizando el derecho al aborto con fines restrictivos de maternidad. Incluso el Japón imperialista, en 1929, autorizó, no solamente el aborto, sino la limitación consciente de la natalidad, y la Rusia soviética, en el Código de 1926, ensancha el área de tolerancia del aborto y lo coloca en las manos hábiles de médicos especializados.
Finalmente, Cataluña, para gloria de su Revolución, da el paso más audaz al establecer en el Decreto aludido la libertad en la interrupción del embarazo practicado antes de los tres meses —en atención al peligro mayor que supone el trasponer esa fecha tope, y exceptuándose el caso que aun pasando este límite lo requiera—, y siempre que la madre lo solicite y su estado de salud permita garantir el éxito de la intervención. Con lo dicho, el aborto salta de la sombría clandestinidad e incompetencia en que fue verificado hasta hoy, y adquiere una alta categoría biológica y social, al convertirse en instrumento eugénico al servicio del proletariado.
Cuantas puniciones establecieron hasta hoy sobre el aborto las legislaciones burguesas, tuvieron la doble trágica consecuencia de fomentar el infanticidio e incrementar la práctica clandestina del aborto, empujando a la mujer proletana hacia los antros sórdidos, en donde una mujeruca de manos tan poco limpias como el corazón, practicaba un aborto que la mayoría de las veces venía a desembocar en una infección puerperal mortal para la madre. Las cifras de 80.000 abortos anuales en Nueva York indicaban que el modo de atajar el morbo no era la represión brutal del mismo mediante unas leyes que lo arrojaban al margen de la Ciencia. Y pensándolo así, en el Decreto inicial de la reforma eugénica, vigente ya en Cataluña, se autoriza la interrupción artificial del embarazo, en una serie de centros que se crearán con personal especializado, anexos a las grandes instituciones sanitarias de toda Cataluña, y en los cuales se verificará el aborto con arreglo a normas científicas y previo examen médicopsicológico de la solicitante, a fin de evitar toda contraindicación corporal o psíquica al mismo.
¿Qué representa esta reforma radical? Ante todo, disminuir la cifra de abortos, aunque parezca paradójico, puesto que paralelamente a los centros destinados a interrupción artificial del embarazo, funcionarán los otros centros en proyecto, destinados a la difusión popular de recursos anticoncepcionales, pues nuestro ideal eugénico es que la mujer posea una sólida cultura eugénica que le permita evitar el aborto y no recurrir a él sino como último recurso, puesto que los medios anticoncepcionales le facilitarán el evitar el embarazo cuando éste sea indeseable. En segundo término, la reforma eugénica del aborto, extrayendo a éste de los desaprensivos que con él traficaban, reducirá la mortalidad femenina por dicha causa, permitirá el estudio científico y estadístico del mismo y, además, suprimirá la tragedia de tantas vidas femeninas arruinadas, ad no haber podido o no haberse atrevido en tiempos pretéritos a practicar el aborto liberador.
Nuestra reforma agrega a la causa terapéutica —enfermedad física o mental de la madre que contraindica el parto— y al motivo eugénico —incesto paterno o taras que podrían propagar-se al nuevo ser—, los factores neomaltusiano —deseo consciente de limitación voluntaria de la natalidad— y sentimental o ético —maternidad indeseable para la madre por diversas causas de orden amoroso o emotivo—, los cuatro puntales médicosociales, sobre los que descansa la reforma eugénica del aborto.
Ya no asistiremos más al espectáculo de madres muertas a causa de una torpe maniobra abortiva, de infanticidios dimanados del odio al infante que nació sin ser deseado, de mujeres estragadas en su rumbo vital por un hijo que es un estigma o un recuerdo de lo que se desearía olvidar, de niños venidos a hogares sin pan y a padres sin cariño.
Pero nuestra reforma eugénica representa, sobre todo, el reconocimiento del aspecto social y espiritual de la maternidad y la elevación de la misma a la augusta categoría que había perdido a copia de represión gubernamental y a egoísmo paterno. Ser madre no debe reducirse solamente a parir hijos con o sin defecto físico, sino a entablar un vínculo espiritual eterno con los mismos, y a convertir luego al hijo en un trabajador sano, consciente y culto. Con lo cual, la maternidad, en una radiación excéntrica, se extiende a las áreas espirituales y sociales, que no alcanzó hasta la fecha. La maternidad irrumpe ya en un terreno de responsabilidad de la cual careció en épocas pasadas. Hubo un tiempo, el vivido por nuestras abuelas, en el cual la mujer tuvo solamente una carga abrumadora de deberes y una ausencia completa de derechos. La maternidad era impuesta como un penoso castigo bíblico, y la consecuencia de tal tiranía sexual fue que la madre lo era tan sólo físicamente.
La postguerra alumbró un nuevo tipo de mujer que aquejaba una hipertrofia de sus derechos y un olvido de sus deberes. En el orden sexual, aquella mujer odiaba la maternidad y eludía las responsabilidades inherentes a la misma. La Revolución proletaria ha creado una nueva generación de mujeres, que sabrán comprar sus derechos al precio amargo de sus deberes. En cuanto a la maternidad se refiere, la mujer nueva emergida de la Revolución marcha velozmente hacia la total realización de sus anhelos de libertad. Al autorizar el aborto y facilitar su realización, dejamos a la mujer en condiciones de ser madre tan sólo cuando ella lo desee, cuando el hijo sea fin y no accidente para ella. Como la Spirita de la novela de Margueritte [1], la mujer será al fin dueña de su cuerpo, no para usar mal de él, sino para labrar la gloria de sí misma y para hacer de la maternidad fruto consciente de sus sentimientos y consecuencia indeseada del egoísmo sexual masculino.
¡Saludemos todos, hermanas y hermanos proletarios, la reforma eugénica del aborto que la CNT-AIT realiza desde la Consejería de Sanidad y Asistencia social! Porque gracias a ella adboreará desde hoy un nuevo Sol de Verdad en las tinieblas sexuales que envuelven a España. Liberadas sexualmente, las mujeres proletarias en el porvenir serán las creadoras de esa nueva generación de trabajadores, adalides románticos de la nueva era.
[1] Spirita es la protagonista principal de la novela de Victor Margueritte, « Tu cuerpo es tuyo ». Esta novela de 1927 es un alegato a favor del derecho al aborto. Spirita Arelli, una adolescente, es violada por un joven de paso. Su madre la echa, ella va a Marsella para abortar, pero ya es demasiado tarde…